El amor no necesita permiso

En una sociedad que se proclama libre, igualitaria y moderna, aún persisten heridas que el tiempo no ha cerrado. Siguen apareciendo gestos, palabras y actos que revelan cuánto nos falta para que la diversidad deje de ser una excepción tolerada y se asuma, con naturalidad, como parte esencial de la condición humana.

Hace unas semanas, en Venta de Baños, un joven fue agredido por ser quien es. No fue la primera vez que el odio se manifestó así, y ojalá fuera la última. Pero lo verdaderamente significativo no fue la violencia, sino la reacción: vecinos, colectivos y autoridades se alzaron al unísono para condenar el ataque y recordarnos que el amor no se golpea, se protege. Esa respuesta colectiva fue un acto de dignidad, una declaración de principios que nos interpela a todos.

Porque lo contrario del odio no es el silencio, sino la empatía. Y cada vez que la sociedad se une para amparar a quien sufre, reafirma su compromiso con la libertad y la igualdad. Cada pancarta, cada abrazo, cada palabra de apoyo son formas de resistencia frente a la intolerancia. Son la prueba de que el progreso no se mide en cifras, sino en humanidad.

La homofobia no es una opinión, ni una tradición, ni un chiste mal entendido. Es una forma de violencia que humilla, que margina y que pretende domesticar la libertad del otro. Su raíz está en el miedo: miedo a lo distinto, a lo que desordena los esquemas estrechos de quienes no soportan que la vida sea más amplia que su mirada. Y frente a ese miedo, sólo hay un antídoto posible: la educación.

El amor no entiende de géneros ni de normas. Es una fuerza que desborda, que desafía, que une. Quien ama no hiere; quien ama, construye. Y sin embargo, todavía hay quienes creen tener derecho a decidir qué amores merecen respeto. El amor, como la libertad, no necesita permiso: sólo requiere respeto.

La igualdad no se conquista con discursos,, que también sino con gestos cotidianos, educación y legislación efectiva. Con la voluntad de mirar sin prejuicio, de escuchar sin juzgar, de no apartar la vista ante la injusticia. Porque una sociedad no se define por sus leyes, sino por la manera en que defiende a sus personas más vulnerables.

La reacción de Venta de Baños nos recordó que la esperanza no está perdida. Que frente a cada golpe puede alzarse una mano solidaria; frente a cada insulto, una voz que consuela; frente al miedo, una multitud que dice “basta”.

Que nadie tenga que esconder su amor. Que ningún joven tema ser quien es. Que ninguna pareja dude antes de tomarse de la mano.

Ése es el verdadero horizonte de nuestra época: construir un mundo donde el amor, por fin, no necesite permiso.