Comprar y vender. Esa es la máxima por la que se rige la sociedad actual. Viajamos en un tren de gasto promovido por las apariciones constantes en las redes sociales que cada día frecuentamos. Nos incitan a invertir el dinero en cosas innecesarias y a convertir en necesarias el último modelo de chaqueta o pantalón. Eso es lo que prima.
Me llamarán antigua, queridos lectores, pero recuerdo cuando se heredan los pantalones de hermana a hermana, cuando se usaban las prendas hasta que no entraban o se rompían (o no se podía poner un parche) y si estaban en buen estado, se donaban para que otros, pudieran seguir dándoles nueva vida.
Ese aprendizaje de que el adquirir por sistema no satisface los sentimientos más íntimos y no se corresponde el tener con el aprecio hacia la vida ya no existe. Sólo un intercambio económico de bienes y un postureo constante para realizarse a través de imágenes falsas en instagram bellas por fuera y vacías por dentro.
No existe un concepto de calidad, ni de valorar el diseño: sólo seguir las bases en las que se rigen las nuevas redes de comunicación que dicen: “imprescindible para esta primavera”, “no puedes vivir sin …” “VIste como …” “Tamara lleva lo último de … por 20 euros”….
Pueden volver a llamarme antigua, retrógrada, pero yo he vivido en un mundo marcado por el respeto a la creación: a los y las profesionales que se dedican al ARTE y no trato de fingir quién no soy porque me lo diga un editorial. Tampoco pretendo que lo hagan, lectores, con los que yo escribo. Sólo que les inviten a reflexionar y mirar hacia delante. Que cuando vean un mensaje comercial que salta en instagram, twitter, facebook, tiktok, reddit…, o la red que elijan, antes de hacer click piensen en lo que hay detrás.
Piensen, por ejemplo, en esa prenda de 4 euros comprada en una gran compañía, de esas que cierran en Palencia porque no “son rentables” porque no tienen los suficientes beneficios en el balance final de un gran “empresario”. Piense en las manos que la han diseñado, o plagiado, en los niños y mujeres que han recogido las materias primas por 0,10 cm. en un país impronunciable que no sabemos localizar en un mapa hasta que Putin lo invada, y en las que tuvo que trabajar los químicos, coser…. Todo para llegar a una etiqueta final de 4,99 euros que durará en tu percha 5 minutos y que luego revender a 2 euros para seguir invirtiendo en la ruleta rusa que acabará en definitiva, empobreciendo… si me apuras… por empezar por lo más cercano: TU CULTURA.